Durante el siglo XVIII y XIX, nuestro país recibió la visita de un destacado número de viajeros y estudiosos intrépidos y curiosos, que deseaban conocer España y transmitir sus vivencias y estudios a los habitantes de sus paises de origen. Vivencias, que muchas veces se describian notablemente influenciadas por prejuicios, aunque también muchas veces se mostraban como relatos totalmente abiertos a la aventura y el aprendizaje.
Granada hacia 1800, BNE |
En muchos de los escritos de estos hispanistas se hace referencia a las difíciles, y a veces casi imposibles condiciones para viajar a través de la península. Las pésimas comunicaciones para acceder a las ciudades, los caminos agrestes, profundos, sucios, polvorientos, embarrados, ondulados o cuesta arriba, los carros que vuelcan y por lo que hay que hacer camino a pie o en burro…., los asaltantes y bandoleros con los que se encontraban, y las fondas o ventas en pésimas condiciones. Dificultades que por otro lado, llegaban a ser superadas por la irresistible curiosidad intelectual.
Muestro a continuación unas pocas “pinceladas” de lo que ofrecía el relato de un viaje realizado en 1800 por el sur de nuestra península, y que puede ser ejemplo de cómo apreciaba un extranjero algunos lugares de nuestro país.
Cádiz hacia 1800, BNE |
Un paseo por territorios en el que el paisaje que predominaba era el de valles rodeados de montañas, con ciudades unidas por caminos desolados, sin poblaciones cercanas, a veces salpicados de cortijos, y donde se alternaban parajes de poca vegetación y escasos árboles, generalmente cipreses y pinos. Otras veces el paisaje aparecía con huertos donde abundan los áloes, limoneros y naranjos, y numerosos campos de olivos, almendros y encinas.
Los caminos de La Mancha y Andalucía llegaban a ser peligrosos por el asalto de los bandoleros a los viajeros, carreteros o arrieros. Es por ello que en algunos lugares para una mayor seguridad, se utilizan carruajes escoltados con servicios de soldados o ciudadanos armados con fusiles, pistolas o sables que daban protección durante el viaje.
Las escasas fondas y ventas que se encontraban (se hacían llamar fonda El Sol, Baviera, la Borracha, Buena Vista, casa Blaye, o de la calle San Gerónimo) servían de descanso para la siguiente jornada, aunque muchas veces no cubrían las necesidades del viajero, ya que algunas eran sucias y caras, o con cuartos con goteras o pulgas en las camas o incluso con pocos colchones en la habitación; auque por otro lado es cierto que muchas de las fondas eran atendidas por posaderos que solían ser amables y serviciales, y que daban una buena comida.
Respecto a las grandes ciudades, se describían lugares pobres con calles estrechas y mal pavimentadas, aunque también eran muchas veces ciudades risueñas, bellas, limpias y de casas alegres y sencillas. Ciudades como Cádiz con sus blancas casas y numerosos torreones, Málaga con la frondosa Alameda, Córdoba con sus numerosos naranjos, Sevilla con sus bellos patios o Granada con su impresionante vista de Sierra Nevada y de la Alhambra. Descripciones por otro lado que nos siguen siendo muy familiares más de doscientos años después de que fueran escritas en el relato referido.
Las viviendas de Cádiz y sus poblaciones de los alrededores solían ser de tejados planos, casi todas con azoteas y pequeñas torres, muchas de las casas tenían sus propias cisternas. En los tejados se recogía el agua de lluvia que iba a parar a un depósito que se encontraba debajo del patio y que estaba normalmente cubierto con azulejos. Las paredes de las casas solían ser blancas, a veces sin un solo cuadro, con un mobiliario que consistía en pesadas sillas con dorados, mesas a juego en sus adornos, y a menudo con bonitos mármoles y jades. En otras ocasiones simplemente sillas de paja si la económia de los habitantes de la casa no era tan boyante.
Si la persona era medianamente rica era corriente que distribuyera su casa de forma que en la planta de abajo estubiera su residencia de verano y en la parte de arriba su vivienda de invierno. Además era común que se construyera un pequeño patio con fuente o un jardincito con naranjos.
En cuanto a costumbres sociales y culturales, se nos describía como en Sevilla era común que el Guadalquivir se desbordase en sus riberas e inundase el barrio de Triana o que en primavera todas las familias acaudaladas abandonaban la ciudad por un tiempo y buscaban tierras más agradables en el Puerto de Santa María, o también que en la zona de Málaga la batata y los higos chumbos eran alimentos muy consumidos, además de la popular caña dulce como golosina en los paseos por su Alameda. En las recepciones, cuando asistían invitados a las casas, era una costumbre muy española ofrecer dulces, chocolate y agua a las visitas.
Otro aspecto que destacaban en la cultura española es que las iglesias seguían encargando a artesanos y artistas la realización de cuadros y obras para decorar las iglesias o que en las grandes ciudades en las casas de comedias, era común que las actuaciones teatrales fuesen acompañadas por sainetes en los entreactos con tonadillas interpretadas con castañuelas y guitarra, con zapateados y bailaoras.
Durante los siglos XVIII y XIX, muchos hispanistas y viajeros extranjeros ofrecieron a través de sus anotaciones y escritos, detallada información y descripciones de la geografía de nuestro país, de su sociedad y sus costumbres, tradiciones, folklore, instituciones e incluso de personajes destacados de la época. Con sus relatos ofrecieron su visión de España a millones de personas de otros países. Estos escritos y estudios (a pesar de que muchas veces mostraban una imagen cargada de prejuicios y otras de visión idílica) nos permiten hacernos una idea de lo que encontraban y destacaban los viajeros visitando nuestro país en una determinada época.