Ilustración de las "Ordenanzas navales"1793 |
En los años de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la navegación llevaba consigo que un gran número de personas compartieran durante meses unos espacios reducidos en unas condiciones duras e insalubres, y donde la precaria y escasa alimentación era otro de los condicionantes para que la profesión de navegante fuera considerada como una de las más duras de aquellos tiempos.
Un tiempo antes de la salida de puerto, en el barco grandes cantidades de carne salada de buey y cerdo o secas al humo (método de conservación más usual y preserva de la humedad) tocino, bacalao salado, queso, pan y frutas secas, vinagre eran almacenados en pipas(toneles), barricas o barriles, donde una vez marcados eran amontonados en pilas.
Entre los alimentos más comunes de estos tiempos estaba el pan o bizcocho de mar que era una especie de galleta de trigo que se elaboraba básicamente con harina y que en el que se conseguía eliminar toda la humedad, por lo que se conservaban con facilidad varios meses, seca y dura para poder consumirla. En 1800 se intentaron hacer bizcochos de mar con patatas para reducir la cantidad de trigo en su elaboración y de esa manera hacerlo más asequible.
Hemos de decir que las comidas calientes que se suministraban a tropa y marinería de los grandes navíos no era tarea fácil pues se consumían considerables cantidades de leña que tenía que ser transportada y almacenada en importantes reservas, conservarla seca y reducida en pequeños tamaños para el uso en el fogón. Hay que destacar el riesgo de mantener encendido un fuego durante largo tiempo, pues constituía un peligro de incendio. Es por ello que cuando las condiciones del mar eran muy duras o había temporal no había comida caliente para la tripulación.
Las frutas y verduras solían ser escasas y al agotarse rápidamente, en las escalas de los puertos se buscaba comprar (teniendo cuidado con que la cantidad y calidad pagada eran las que les suministraban) o cambiar algunos productos por víveres frescos (para evitar la avitaminosis y escorbuto), así como pescados en buen estado.
Se embarcaban animales vivos como carneros aunque sobretodo aves. Esta práctica que podía parecer poco higiénica, ayudaban a conseguir carnes frescas durante la navegación y mayor variedad en la dieta de los oficiales y altos cargos, así como de enfermos o heridos. Estos animales vivos se cambiaban de lugar a lo largo del día para baldearlo y limpiarlo del estiércol.
Uno de los víveres más preciados en alta mar fue el vino (entre los ingleses la cerveza). La ración de un cuartillo de vino (medio litro) al día entre los navegantes españoles era un importante componente nutritivo en las escasas y poco variadas provisiones de estas gentes del mar.
Un tiempo antes de la salida de puerto, en el barco grandes cantidades de carne salada de buey y cerdo o secas al humo (método de conservación más usual y preserva de la humedad) tocino, bacalao salado, queso, pan y frutas secas, vinagre eran almacenados en pipas(toneles), barricas o barriles, donde una vez marcados eran amontonados en pilas.
Entre los alimentos más comunes de estos tiempos estaba el pan o bizcocho de mar que era una especie de galleta de trigo que se elaboraba básicamente con harina y que en el que se conseguía eliminar toda la humedad, por lo que se conservaban con facilidad varios meses, seca y dura para poder consumirla. En 1800 se intentaron hacer bizcochos de mar con patatas para reducir la cantidad de trigo en su elaboración y de esa manera hacerlo más asequible.
Hemos de decir que las comidas calientes que se suministraban a tropa y marinería de los grandes navíos no era tarea fácil pues se consumían considerables cantidades de leña que tenía que ser transportada y almacenada en importantes reservas, conservarla seca y reducida en pequeños tamaños para el uso en el fogón. Hay que destacar el riesgo de mantener encendido un fuego durante largo tiempo, pues constituía un peligro de incendio. Es por ello que cuando las condiciones del mar eran muy duras o había temporal no había comida caliente para la tripulación.
Las frutas y verduras solían ser escasas y al agotarse rápidamente, en las escalas de los puertos se buscaba comprar (teniendo cuidado con que la cantidad y calidad pagada eran las que les suministraban) o cambiar algunos productos por víveres frescos (para evitar la avitaminosis y escorbuto), así como pescados en buen estado.
Se embarcaban animales vivos como carneros aunque sobretodo aves. Esta práctica que podía parecer poco higiénica, ayudaban a conseguir carnes frescas durante la navegación y mayor variedad en la dieta de los oficiales y altos cargos, así como de enfermos o heridos. Estos animales vivos se cambiaban de lugar a lo largo del día para baldearlo y limpiarlo del estiércol.
Uno de los víveres más preciados en alta mar fue el vino (entre los ingleses la cerveza). La ración de un cuartillo de vino (medio litro) al día entre los navegantes españoles era un importante componente nutritivo en las escasas y poco variadas provisiones de estas gentes del mar.
Se llegó a constituir en muchos momentos el vino en uno de los correctivos o premios más comunes de los oficiales a los subordinados. De esta manera se encontraban los castigos de “pérdida de quince días de su ración de vino” como una práctica usual en la disciplina de la navegación de aquellos años.
Sucedía con frecuencia que la embriaguez de algunos de los hombres, podía conformar un inconveniente para el buen ambiente de la tripulación, por lo que se llegaba a grescas, insultos o incluso sublevación y de esta manera se les llevaba al "castigo de cepo" (inmovilizar entre dos maderos juntos), días de"ración a pan y agua" o incluso las "zambullidas en el agua".
Para la tripulación de alta mar del siglo XVIII, la necesidad de consumir agua dulce y en las mejores condiciones se presentaba de extrema prioridad. Pasados unos días después de embarcar el agua en los barriles de la bodega y almacenes comenzaba a estancarse y su color y olor dejaban de ser apetecible y saludable.
El consumo de agua estaba regulado en tres cuartillos por hombre al día que se distribuía desde barriles y tinajas de agua preparados y en determinadas horas señaladas para beber (después de las comidas). Además se reservaba otro cuartillo de agua por persona para el caldero y así elaborar la comida.
Un sistema de purificación del agua dulce que llegaba a estar estancada era la destilación usando una especie de alambique, pero este método traía el gran inconveniente de que se requería un mayor gasto de leña, unido al que ya había para el fogón de las comidas y enfermería.
Se utilizaba entonces un método (de gran utilidad en los viajes largos) para purificar el agua corrompida y hacerla potable, que consistía en reducir a polvo algunos carbones recién apagados y echar una cucharada de ellos en cada tres azumbres (un azumbre eran aproximadamente unos dos litros) de agua, agitada y puesta en reposo un instantes y se filtraba por un papel de estraza. Consiguiendo de esta manera que perdiera el agua su mal sabor, olor y color y quedando en condiciones aceptables para su consumo.
Debieron pasar aún bastantes años para que los avances y las mejoras técnicas en la conservación y el almacenamiento de víveres, se hiciesen palpables en los largos trayectos de las gentes de mar.