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domingo, 8 de junio de 2014

Discurso sobre la mendicidad


Se ofrece medalla a la memoria sobre los varios sistemas establecidos en el mundo conocido para socorrer y extinguir a los mendigos o disminuir considerablemente su número.”
Los pobres en la Fuente, Goya

Durante el año de 1800 fueron apareciendo en la prensa española convocatorias a premios de memorias o discursos para abolir la mendicidad en nuestro país, como en años anteriores otros países también lo hicieron.

Los inviernos rigurosos, la inestabilidad en el comercio, la abundancia de forasteros que acuden a las grandes urbes buscando ocupación, el importante número de criadas abandonadas por su avanzada edad y de empleados con poco salario, unido al aumento de impuestos en artículos de primera necesidad (subida de precios en el pan y alquileres) y la “inclinación de los hombres a la ociosidad”, fueron las principales causas que se justificaban para la pobreza en los años de finales del siglo XVIII.

Esta problemática que existía en muchos países de Europa, principalmente en las grandes ciudades, y afectó principalmente a mujeres y niños, propició la convocatoria de premios a memorias y discursos dirigidos a la extinción de la mendicidad.

Durante años se proclamaron leyes que prohibían mendigar (multas, cárcel, reclusión en islas y destierro) pero llegaban a ser remedios paliativos e insuficientes o poco durables. Otras veces se establecieron hospicios generales o grandes casas de misericordia donde se recogía a pobres y desvalidos ocupándolos en oficios pero la insalubridad de las instalaciones, la dificultad de alimentarlos a todos y los precios más bajos con los que se sacaban las manufacturas que producían provocaron la ruina de muchos artesanos de las ciudades.

En aquellos tiempos Holanda, Flandes, Alemania y Suiza habían optado por un sistema de "limosna general"(colecta) para sustentar a pobres inválidos, aliviar a los enfermos (con hospitales o personas contratadas) y proporcionar trabajo a otros, a la vez que se instalaban casas de reclusión para mendigos obstinados y personas peligrosas e incorregibles (a pan y agua e incluso  el cepo).

Con este nuevo sistema contra la indigencia en algunas ciudades europeas se construyeron establecimientos de caridad, financiados por las limosnas de las iglesias, rentas para el socorro de pobres y colectas particulares, que administrados por un grupo de personas (administrador, celadores, médicos y cirujanos), junto a un exhaustivo registro de pobres, velaba de cuidar los recursos y conocer las distintas necesidades de cada familia.

También se puso especial cuidado en que los hijos de los pobres aprendieran un oficio con que vivir, bajo la tutela de los artesanos de la ciudad (los niños) y con mujeres caritativas (las niñas). Para promover el ingenio y talento de los jóvenes aprendices se daban premios (medallas o vestidos).

Es curioso observar como en algunos escritos se decía  “Los niños de cinco a doce años han de ganar al menos la mitad de lo que necesiten para subsistir, los que pasen de doce años todo lo que gasten, y los padres deben compensar con su mayor ganancia lo que dejan de ganar los niños más tiernos”.

Un novedoso sistema de "caridad e industria" que se estableció en varios países en los años finales del siglo XVIII y  que se difundía en nuestro país (por los ilustrados) en el año de 1800 como el más idóneo para la riqueza del Estado.


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