“Se ofrece medalla a la memoria sobre los varios sistemas establecidos en el mundo conocido para socorrer y extinguir a los mendigos o disminuir considerablemente su número.”
Los pobres en la Fuente, Goya |
Durante el año de 1800
fueron apareciendo en la prensa española convocatorias a premios de memorias o discursos
para abolir la mendicidad en nuestro país, como en años anteriores otros países también lo hicieron.
Los inviernos rigurosos, la
inestabilidad en el comercio, la abundancia de forasteros que acuden a las grandes
urbes buscando ocupación, el importante número de criadas abandonadas por su avanzada
edad y de empleados con poco salario, unido al aumento de impuestos en artículos
de primera necesidad (subida de precios en el pan y alquileres) y la “inclinación
de los hombres a la ociosidad”, fueron las principales causas que se
justificaban para la pobreza en los años de finales del siglo XVIII.
Esta problemática que existía en muchos países de Europa, principalmente en las grandes ciudades, y afectó principalmente a mujeres y niños, propició la convocatoria de premios a memorias y discursos dirigidos a la extinción de la mendicidad.
Esta problemática que existía en muchos países de Europa, principalmente en las grandes ciudades, y afectó principalmente a mujeres y niños, propició la convocatoria de premios a memorias y discursos dirigidos a la extinción de la mendicidad.
Durante años se proclamaron
leyes que prohibían mendigar (multas, cárcel, reclusión en islas y destierro)
pero llegaban a ser remedios paliativos e insuficientes o poco durables. Otras veces
se establecieron hospicios generales o grandes casas de misericordia donde se
recogía a pobres y desvalidos ocupándolos en oficios pero la insalubridad de las
instalaciones, la dificultad de alimentarlos a todos y los precios más bajos
con los que se sacaban las manufacturas que producían provocaron la ruina de
muchos artesanos de las ciudades.
En aquellos tiempos Holanda, Flandes, Alemania y Suiza habían optado por un sistema de
"limosna general"(colecta) para sustentar a pobres inválidos, aliviar a los enfermos (con
hospitales o personas contratadas) y proporcionar trabajo a otros, a la vez que
se instalaban casas de reclusión para mendigos obstinados y personas peligrosas
e incorregibles (a pan y agua e incluso el cepo).
Con este nuevo sistema contra la indigencia en algunas ciudades europeas se construyeron establecimientos de caridad,
financiados por las limosnas de las iglesias, rentas para el socorro de pobres
y colectas particulares, que administrados por un grupo de personas
(administrador, celadores, médicos y cirujanos), junto a un exhaustivo registro
de pobres, velaba de cuidar los recursos y conocer las distintas necesidades de cada
familia.
También se puso especial cuidado en que los hijos de los pobres aprendieran
un oficio con que vivir, bajo la tutela de los artesanos de la ciudad (los niños)
y con mujeres caritativas (las niñas). Para promover el ingenio y talento de
los jóvenes aprendices se daban premios (medallas o vestidos).
Es curioso observar como en algunos escritos se
decía “Los niños de cinco a doce años han de ganar al menos la mitad de lo
que necesiten para subsistir, los que pasen de doce años todo lo que gasten, y
los padres deben compensar con su mayor ganancia lo que dejan de ganar los
niños más tiernos”.
Un novedoso sistema de "caridad
e industria" que se estableció en varios países en los años finales del siglo XVIII y que se difundía en nuestro país (por los ilustrados) en el año de 1800 como
el más idóneo para la riqueza del Estado.
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