En un extenso artículo publicado
en el Diario de Madrid de finales del año 1800, se anunciaba un eficaz y
novedoso método de estudiar el latín “usado ya por algunos sabios de Europa”.
Cartas de Cicerón en latín |
Este método de estudio del
latín, propugnaba la traducción y el aprendizaje sin tener que memorizar largas
listas de palabras o textos, y basándose en ejercicios diarios en el aula con
el preceptor de “latinidad”.
Los textos con los que
estudiaban eran la gramática de Simón Abril, las Cartas de Cicerón, la
Colección de Autores Latinos de los Padres Escolapios y el Catecismo de Pío V (que
era la clase de doctrina cristiana).
En el aula los alumnos se
dividían en dos grupos: principiantes (sin conocimiento del latín o que
habiendo estudiado no han superado el examen de traducción de las Cartas de
Cicerón) y el grupo de los que sí superaban la prueba de traducción.
El desarrollo de la jornada
diaria consistía en que unos iban traduciendo a viva voz los textos asignados
mientras el resto escuchaban la traducción. Después los alumnos pasaban a
traducir por escrito la gramática y texto que correspondía; pasando finalmente
el preceptor a explicar la lección de gramática que se había traducido y terminando
con una sesión de preguntas a los alumnos sobre su explicación.
Concluidas las clases y
superados los exámenes, el alumno conocía: “las declinaciones de los nombres,
conjugaciones de los verbos y las 14 reglas de traducir gramaticalmente”. De
esta manera el preceptor consideraba a sus discípulos capacitados para
“traducir todo género de latín que se les presente”.
La lengua latina fue durante
aquellos años, de extrema importancia para el desenvolvimiento en determinadas
profesiones. El conocimiento del latín hasta hace poco tuvo una relativa
importancia en los programas de estudios del bachillerato.
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