“En la calle de Hortaleza frente a la del Colmillo, n.7, qto. segundo, se halla de venta una porción de botellas de vino moscatel de superior calidad, las que se darán juntas o separadas con mucha equidad”.
El bebedor, Goya |
El vino es una de las bebidas más antiguas que se conocen. Fuertemente relacionado a lo largo de su historia con reyes y nobles, su elaboración y consumo se remonta a miles de años.
Esta bebida conocida por los egipcios tuvo, en Grecia primero y después en Roma, un desarrollo y expansión por la Europa mediterránea, donde se asociaba este líquido embriagador con la riqueza y el placer.
Después de la caída del imperio romano, el desarrollo de los viñedos y su producto estuvo muy asociado a los monjes que lo necesitaban para los sacramentos cristianos, aunque su verdadero resurgimiento se llevó a cabo con el crecimiento de la burguesía que lo demandaba y se interesaba por vinos de considerable calidad para lucir en sus mejores mesas como símbolo de lujo y poder.
Mientras tanto los vinos de baja calidad se servían en las tabernas que se surtían de pequeñas bodegas de los alrededores y donde la mayor o menor graduación en el alcohol que contenía se conseguía con el añadido de agua o de aguardiente según interesase (un mayor contenido alcohólico facilitaba el trasporte sin alterarse).
Bodegón, Meléndez |
En los años de finales del siglo XVIII, los mayores importadores de vino de nuestro país fueron con diferencia los ingleses (que influyeron de acuerdo a sus gustos en la elaboración de dichos caldos), aunque también otros países apreciaban y demandaban habitualmente vino español: Alemania, Estados Unidos, Holanda, Francia, Rusia.
Es evidente que el comercio con las colonias fue también una buena ocasión para la exportación de vino al Nuevo Mundo: los periódicos de 1800 daban noticia de barcos que desde Cádiz, La Coruña o Santa Cruz de Tenerife trasportaban a Veracruz, Honduras y la Guajira toneles con vino andaluz, gallego o vidueño destinado a satisfacer la demanda del mercado.
En 1800 en nuestro país los vinos más consumidos generalmente eran los producidos por las bodegas más próximas, vinos jóvenes que llamaban “vino tierno” (del mismo año) llegando a venderse a 24 reales la arroba, mientras los vinos de los dos años anteriores (1798 y 1799) se vendían a 20 y 14 reales respectivamente. Estas eran bebidas para todas las mesas y para la mayoría de los paladares.
Pero en las “tiendas de vinos generosos” había vinos “de distintos gustos”: Rioja, clavazón, aloque, garnacha, rancio, moscatel, que eran producidos en lugares como Cartagena, Peralta, Tudela, Alicante, la Mancha, Cataluña, Andalucía (la mayor exportadora a países centroeuropeos) y que ya eran muy conocidos en la Corte.
Decía un artículo de 1800: “Para dar una idea del cuidado y delicadeza con que se ejecutan todas estas operaciones, bastará decir que a los vendimiadores se les prohíbe el comer pan junto a las uvas que van cortando”.
Bien que la calidad del vino era muy desigual, es cierto que éste constituía un habitual acompañante de las comidas aun cuando se rebajaba a veces con agua, pero también en estos años de 1800 era un elemento “para hacer tinta liquida de la mejor calidad y que no se enmohecía”, componente para “soldar hierro o metal en frío”, preparado para tomar disuelto habitualmente con medicamentos, pócima junto a la quina para tratar heridas, específico para fortificar el estómago, reconstituyente en las convalecencias, vitualla imprescindible en la despensa, y mejunje para lavar los dientes.
Dos siglos después, el vino de nuestro país continúa siendo un referente a nivel mundial y podemos decir que es tanto por la calidad de sus caldos (Rioja, Málaga, Jerez, Ribera del Duero y muchos otros) como por ser uno de los mayores productores de estas bebidas en el mundo.