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domingo, 16 de agosto de 2015

Para el buen gobierno y contra los desórdenes

Félix Berenguer de Marquina y Fitzgerald

En julio de 1800 aparecía publicado para el Virreinato de Nueva España (México, Louisiana, California, Yucatán, Guatemala, Cuba, Florida y Santo Domingo), un extenso y detallado bando, que plasmaba la postura del nuevo virrey ante diversas circunstancias en la capital.

El oficial alicantino Félix Berenguer de Marquina y Fitzgerald, tomó el cargo de Virrey en abril de 1800 y unos meses después publicaba un bando donde reconocía la continuidad en las normas impuestas por sus antecesores y las dictaba “para el buen gobierno".

Sus normas se dirigían tanto al cuidado de los bosques (procurando no se talasen árboles sin licencia y que la leña de uso común se sacase de ramas y cortes), como respecto a las calles que se conservasen limpias, instando a los responsables del aseo público para luchar contra “el abuso de la plebe de hacer sus diligencias naturales en las calles y plazas”, mientras ordenaba a los serenos y guardapitos cuidasen que los perros después de las nueve de la noche no perturbasen “con sus alaridos la quietud y sosiego de los vecinos”; los cocheros no podían correr ni domar sus mulas en las calles y se continuaba con la observancia de las normas de tañer las campanas señalando los incendios y otras medidas.

Se renovaban las multas para los embriagados que ofreciesen escándalos en las calles; se prohibían las Casas de Baile, la venta de objetos que pudieran ser robados, cargar y traer armas prohibidas, concurrir a juegos no permitidos, el molestar a indios y castas que vendían frutas y comestibles en plazas y mercados y el volar los papalotes en las azoteas por las desgracias que a veces llevaba.

En cuanto a la ropa, se hacía un llamamiento al decoro para no ir desnudos o poco vestidos (criados, oficiales y aprendices), a la vez que se demandaba la moderación para aquellas personas que recurrían al lujo excesivo en el vestir, originando gastos extremados en las fortunas.

Buscando reducir en la capital el número de “vagos y malentretenidos”, se dictaminó que  los que por sus diversas causas (edad, enfermedad) no tenían oficio, se enviaban al Real Hospicio de Pobres, y los demás iban destinados a las armas o bajeles.

Estas normas de conducta venían a ser una renovación de bandos anteriores, que se justificaban  por los "desórdenes" en estos “vastos y opulentos dominios”.





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