Plaza de México, hacia 1800 |
Fue llamada “la ciudad más grande, más hermosa y de más suntuosos edificios de la monarquía española”; y es que la ciudad de México estaba formada por una amplia extensión de terreno en el que se situaban casas, iglesias, conventos y edificios públicos como el suntuoso palacio del virrey, una fábrica de cigarros, la aduana, el hospicio, la sede de la Inquisición, un coliseo para las obras de teatro y una espléndida catedral que daban ejemplo de su bella arquitectura.
El interior de la ciudad estaba organizado de acuerdo a calles anchas y empedradas y tan rectas que “en tiempo de aguas es preciso pasar a hombros de indios de una acera a otra” y en sus plazas era continuo el tráfico de comercio y abasto para el numeroso público que habitaba la capital.
Los mexicanos eran conocidos por su amplio consumo de chocolate a lo largo de todo el día y por el uso del chile picante para las comidas; pero una práctica muy común de la época y que sorprendía a algunos visitantes era su afición por el tabaco, y es que sus mujeres fumaban “en exceso” llegando a llevar colgada habitualmente con una cadena o cordón una cigarrera.
Los mercados estaban muy concurridos por su variedad de alimentos: patatas, tomates, maíz, chocolate, piñas (considerada la reina de las frutas), chirimoyas. Pero también se ofrecían en las calles multitud de patos que eran cazados en la laguna y vendidos al anochecer por los indios en “puestos” por la ciudad a la voz de “¡patito entero!, ¡pato caliente!”.
El interior de la ciudad estaba organizado de acuerdo a calles anchas y empedradas y tan rectas que “en tiempo de aguas es preciso pasar a hombros de indios de una acera a otra” y en sus plazas era continuo el tráfico de comercio y abasto para el numeroso público que habitaba la capital.
Los mexicanos eran conocidos por su amplio consumo de chocolate a lo largo de todo el día y por el uso del chile picante para las comidas; pero una práctica muy común de la época y que sorprendía a algunos visitantes era su afición por el tabaco, y es que sus mujeres fumaban “en exceso” llegando a llevar colgada habitualmente con una cadena o cordón una cigarrera.
Los mercados estaban muy concurridos por su variedad de alimentos: patatas, tomates, maíz, chocolate, piñas (considerada la reina de las frutas), chirimoyas. Pero también se ofrecían en las calles multitud de patos que eran cazados en la laguna y vendidos al anochecer por los indios en “puestos” por la ciudad a la voz de “¡patito entero!, ¡pato caliente!”.
El maguey (agave) era una planta que abundaba en el territorio, y con ella los indios mexicanos producían una bebida habitualmente consumida y muy demandada en todo el territorio (el pulque). Pero esta planta tenía más utilidades: con su jugo elaboraban medicinas para varias dolencias, se alimentan con el quiote (tallo), con las pencas duras y los mismos quiotes fabricaban sus casas, los trozos y las astillas servían para el fuego, de sus púas hacían agujas y alfileres, y de sus membranas conseguían una especie de fino papel, además de servir a veces como vestido.
Otro de los recursos de la naturaleza de gran utilidad para los indios era el árbol del mezquite, con el que elaboraban una especie de vino utilizado en las “debilidades del estómago” o también un preciado colirio.
Las pulquerías dispersas por toda la ciudad consistían en unos lugares constituidos sobre postes de madera y donde se vendía el famoso pulque, mientras que otros comercios muy comunes fueron las pulperías donde se vendían “ropas y comestibles mestizas” y los llamados cajones, con ropas de Europa y Asia.
La ciudad de México, era el lugar de residencia del virrey (representante y responsable de la corona española en el territorio) de Nueva España que abarcaba amplios territorios en Norteamérica y Centroamérica, el archipiélago de las islas Filipinas y algunas islas de Oceanía.
Los muchos y grandes caudales que existían en la ciudad producto del comercio y la minería, quedaba de manifiesto en el empedrado de las calles, el enlosado de las aceras, la limpieza de la ciudad con carros, los serenos y el alumbrado o los elegantes coches ingleses con cocheros mulatos.
Vestían de manera similar a los españoles de la península Ibérica, aunque los indios se distinguían en sus ropas peculiares con muchos adornos; mientras muchos hombres “de clase ínfima” iban envueltos en una manta “sin más ropa que unos calzoncillos y un sombrero”.
Eran apasionados en el juego y la danza, y aunque las fiestas de toros se celebraban con motivo de algunas celebraciones, eran las luchas de gallos las que conseguían atraer a un mayor público en los anfiteatros donde se apostaba al ganador, como entonces sucedía en Inglaterra.
Ha quedado de manifiesto en algunos escritos la dificultad que existía hacia el año 1800 en poder realizar un empadronamiento exacto de la población de México (principalmente entre los indios) y de todo el virreinato; pese a que algunos estudios contabilizan en esos años una población de más de 150.000 personas en la capital y más de cinco millones de habitantes en el territorio.
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