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Puerto de Nagasaki |
Japón era en
1800 un conjunto de islas tan inaccesible que se decía entonces que la naturaleza “
pretendió hacer un pequeño mundo separado e independiente de todo el universo”.
Un país
cerrado a la comunicación con otros países (prohibía la entrada de los extranjeros en el reino) y que sólo el
puerto de Nagasaki permitía anclar los navíos mercantiles (que solían ser holandeses con quienes se comerciaba de manera más activa).
Los japoneses eran
considerados gentes generosas, reservados en palabras, de costumbres sobrias, amantes de su patria, amables y muy religiosos.
Ciudades importantes eran junto a la lujosa
Osaka, la ciudad de
Meaco (kyoto), con multitud de templos y monasterios y el centro de comercio de todas las islas, donde además se acuñaba la moneda y se fabricaban las telas más ricas, elaboraban los mejores tintes y se producían los objetos mejor refinados, y la ciudad de
Jedo (Tokio), la mayor del imperio, con gran variedad de tiendas y bellos edificios, el centro económico y cultural del país que albergaba la residencia de los
señores feudales y del
shogun (gobernante del país).
En los extremos de
las calles se habían construido fuertes puertas que se cerraban por la noche, junto a los utensilios necesarios para apagar los incendios (que fueron devastadores y muy comunes durante años, por lo que en los techos de las casas de Meaco-Kyoto- tenían en el techo un depósito de agua para el caso de incendio).
Las casas solían ser bajas, construidas en madera de cedro o pino y barro, con estrechas puertas desde donde se podía ver trabajar a los artesanos y a los comerciantes que mostraban sus mercaderías.
En todas las ciudades había un paraje para las cortesanas que se alojaban en casas muy adornadas y destacadas. Estas cortesanas procedían de familias pobres que las enviaban desde muy pequeñas a estos burdeles y que las instruían en “cantar, bailar y escribir cartas amorosas”.
Mientras algunos distinguidos señores viajaban en palanquín con una amplia comitiva de criados y pajes, en las casas de postas que había por los caminos (y que suministraban de caballos a los viajeros), se encontraban sillas de manos (enrejadas de bambú) y mozos para llevar al viajero.
El alimento más común entre los japoneses era el arroz (que dejaban cocer hasta hacer una masa dura que usaban en vez de pan), además del pescado (principalmente la carne de ballena, ostras y maricos) y las hierbas y raíces silvestres (que cocían con agua y sal y sazonaban con salsa de harina de habas), las plantas marinas y el sake (cerveza de arroz), además del te.
Los trajes de los ricos japoneses (que se diferencia poco de los chinos) consistían en una o varias túnicas anchas con manga y colas muy largas (que podía ser de ricas telas con adornos en oro y plata). Los calzones (que pasaban de
las rodillas), además de botines y pantuflos. Como adornos usaban el abanico y
sable o puñal. Mientras tanto el común de la gente usaba una túnica que “no pasa de la mitad de la pierna y sus mangas no baxan del codo” ceñida con un cinturón, unos botines y sandalias de cuero, junco o madera. Era característico entre “los importantes” el rapado de “lo alto de la frente”
Las mujeres, se vestían con túnicas similares a las de los hombres y sus peinados consistían en recogidos atravesados por una aguja, utilizando las damas distinguidas lujosos rascamoños y elaborados adornos.
Un lejano país que sorprendía al europeo en sus usos y costumbres como que: se vestían y peinaban de manera distinta, el negro era el “color del regocijo”, en medicina no usaban de las sangrías y purgantes (comunes en Europa y América) sino de aguja (acupuntura) y fuego (moxa), dormían en finas esteras en el suelo, eran en extremo ceremoniosos y callados o consumían habitualmente plantas marinas.