Nueva Zelanda (nueva tierra
de mar) en 1800 se presentaba como un territorio inculto y silvestre, donde las
selvas y cascadas se precipitan por todas partes, en una superficie poco más
grande que la mitad de España y donde se encontraban gran cantidad de animales
y plantas desconocidos en Europa.
Nueva Zelanda |
Un lugar de tierra baja y
arenisca en la costa, pero que conforme se adentraba hacia el interior casi
deshabitado, su paisaje se componía de
elevados árboles y matorrales, rocas escarpadas, nieblas y asombrosas montañas.
Sus habitantes autóctonos, los
maoríes, tenían su piel morena, labios gruesos y ojos oscuros y vivos, con
cabellos negros y crespos (el hombre los llevaba atados sobre la cabeza y las
mujeres cortos), ensortijado, que muchas veces colgaba desordenadamente sobre
el rostro de los hombres más jóvenes.
Los hombres tenían “arado el
rostro con líneas espirales muy profundas” y las mujeres pintaban de azul los labios.
Maorís |
Vestían mantos de estera
tupida, de lienzo adornado de pedazos de piel de perro y bordado que se
sujetaban con una especie de clavo de hueso de ballena o de piedra verde. Los
adornos en el cuerpo generalmente consistían en plumas y piedras de color verde
labrados.
“En sus piraguas (llevaban) gran
número de perros, que al parecer estimaban muchos y los tenían atados por medio
del cuerpo,…después los matan para alimentarse de su carne y adornarse con sus
pieles”.
Los maoríes, utilizaban lanzas
y patupatus (hachas) con las que poseían una reconocida habilidad para cazar y pescar
(con redes), consiguiendo alimentarse de las aves y peces que allí eran muy
abundantes. Una curiosidad es que no conocían ningún tipo de licor y los únicos
recipientes que utilizaban para contener los líquidos eran unas calabacitas pequeñas
talladas.
Con las ramas de los árboles
hacían sus chozas formadas por un techo inclinado y cubiertas de hierbas, que
formaban pequeños grupos, y dormían sobre la tierra o hierba alrededor del
fuego, mudándose frecuentemente a otros lugares en busca de alimento.
Las diversiones en grupo
eran la música “de sonidos roncos y ásperos” con flautas y tambores construidos
por ellos mismos, las canciones y las danzas gesticuladas, extendiendo los
brazos y “dando golpes en el suelo con los pies alternativamente con unas
contorsiones como frenéticos”.
Hacia 1800, balleneros y
cazadores de focas comenzaron a frecuentar sus paradisíacas costas, pues hacía
poco más de veinte años que europeos y americanos conocían detalles de este
archipiélago gracias al explorador británico James Cook. Comenzaban entonces
intereses financieros y comerciales sobre esta isla que modificaron radicalmente
durante todo el siglo XIX su población y costumbres. La modernidad con sus
ventajas e inconvenientes llegaba a este aislado territorio.